El Padre, en la Deidad, amaba al Hijo y vivía para el Hijo.
Y el Hijo, en la Deidad, amaba al Padre y vivía para el Padre, haciendo las
delicias de su corazón (Pr. 8:30). Entonces el Padre tuvo un propósito eterno,
el cual fue que su Hijo tuviera en todo la preeminencia y fuese heredero de
todo.
El Padre se dio por entero a su Hijo. ¡Y el Hijo deseó el cumplimiento
del propósito eterno de Su Padre, para gloria de Su Padre! Esto va más allá de
lo que podemos imaginar. El origen del concepto de vivir para Dios y estar en
total unidad con Su propósito eterno tuvo su origen antes de que nada más
existiera.
El Padre se niega a Sí Mismo para que el Hijo sea glorificado, y el Hijo se niega a Sí Mismo para que el Padre sea exaltado.
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